Juana no estaba loca
Juana I de Castilla puede que haya sido una de las reinas más maltratadas por la historia. Podría haber sido una de las reinas más importantes de su época, sin embargo, se la conoce únicamente como Juana la loca, pero no, Juana no estaba loca.
Su supuesta locura ha sido un invento más de la historia patriarcal.
Cuando Juana nació, nadie imaginaba que acabaría reinando.
Hija de Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, nace el 6 de noviembre de 1479 en Toledo, por detrás de su hermano Juan y de su hermana Isabel, por lo que no estaba destinada a reinar.
Había nacido para ser infanta y es para lo que la educaron. Sin embargo, aquello que parecía imposible sucedió y todos y todas las que se situaban por delante de ella en la línea sucesoria murieron.
Su hermano Juan fallece en 1497, su hermana Isabel en 1498 y su sobrino Miguel de la Paz, hijo de su hermana Isabel, en 1500.
Pero antes de que, fallecida Isabel la Católica en 1504 Juana sea coronada reina de Castilla en las Cortes de Toro el 11 de enero de 1505, ya empieza su historia.
Juana era una joven inteligente y recibió una notable educación por parte de Beatriz Galindo, La Latina, pero también era rebelde, excéntrica y con un fuerte carácter que ya empieza a mostrar desde niña.
Los dones de Juana solían exaltarse, recibiendo innumerables elogios y atribuyéndole una notable inteligencia.
Siendo aún adolescente, es utilizada por su madre como pieza en el tablero político de la Europa del siglo XVI.
Para establecer una alianza estratégica contra Francia y aislar al país, Isabel la Católica promete a Juana con quien pasaría a la historia como Felipe el Hermoso, hijo de Maximiliano de Austria.
Nada más cumplir los 16 años, sin ni siquiera haber conocido previamente a quien sería su futuro marido, Juana se embarca con miles de soldados y miembros de la corte Castellana hacia Flandes.
Después de un largo, difícil y accidentado trayecto, llega a la corte de Flandes. Sin embargo, no es recibida por Felipe hasta varios días después, por lo que Juana se encuentra en una corte extranjera con solo 16 años, lejos de los suyos y en la que ni siquiera hablan su idioma.
Y es en este punto en el que empieza a fraguarse la leyenda de la locura de Juana, aunque insisto, Juana no estaba loca.
El matrimonio de Juana con Felipe, a diferencia de lo que se ha intentado hacer creer, no estuvo marcado por el amor apasionado y los celos desmedidos.
Fue un matrimonio de conveniencia, como todos los de miembros de la realeza en esa época, en el que prácticamente desde el primer momento Felipe ejerció como mínimo un maltrato psicológico hacia Juana.
Este maltrato incluía el aislamiento de su familia y de todas las personas que habían venido de Castilla con ella y las continuas infidelidades.
Sin embargo, Juana no calla ante las infidelidades de su marido, sino que reacciona públicamente.
Se rebela. Tiene un comportamiento totalmente insólito para las mujeres de la época que aguantaban y se mostraban pasivas ante estas situaciones.
Ante esto, Felipe ya empieza a llamarla loca porque le interesa desacreditarla y seguir haciendo lo que le viene en gana.
Además, cada vez va aislando más y más a Juana de los suyos y la rodea de gente afín a él y contrarias a la unión de Flandes con Castilla.
Pero, el destino de Juana da imprevisiblemente un giro de 180 grados. Todos sus predecesores en la línea sucesoria al trono han fallecido y deberá reinar a la muerte de su madre, Isabel la Católica.
La reina Isabel le pide a Juana que vuelva a Castilla y cuando llega con su esposo, se dispone todo para que las Cortes de Castilla reconozcan a Juana como heredera legítima al trono, quedando Felipe relegado únicamente a rey consorte y sin posibilidad de acceder a cargos públicos.
Sin embargo, y a pesar de la intención de Isabel de que su hija reinase en Castilla, en su último testamento incluía que si Juana, «estando en ellos, no quiera o no pueda entender en la gobernación dellos», sería su esposo Fernando quien ejercería la regencia en su nombre.
Este texto deja la puerta abierta a Fernando el Católico a tratar de usurpar el trono a Juana y revela que la relación de Juana con su madre no era demasiado buena.
Recogiendo la argumentación de enajenación mental que había iniciado Felipe en Flandes, Fernando exagera su supuesta locura para hacerla incapaz para reinar a los ojos de la corte.
Pero Juana no estaba loca, era una mujer que no se comportaba como la sociedad de la época esperaba y exigía a una mujer. Ella se saltó todas las demandas patriarcales y eso fue la excusa perfecta para acusarla de loca.
Además, durante toda su vida utilizó su cuerpo y con este, su salud, para conseguir aquello que quería. Otro argumento más para tacharla de loca.
Se exponía al frío y al hambre brutalmente para que la escucharan y para conseguir lo que quería.
¿Pero qué otra cosa podía hacer una mujer a principios del siglo XVI?
En esos momentos las mujeres tenían muy pocas armas para luchar contra el yugo que se les imponía y lo único que tenían y de lo que no las podían desposeer era su cuerpo.
Por eso Juana lo usó como arma y eso fue otra excusa más para tildarla de loca.
Felipe, su esposo y Fernando, su padre, conspiraron para despojarla del trono, sin embargo, Felipe muere en 1506, un año después de la coronación de Juana.
Este hecho es fundamental en la creación de la leyenda de Juana la loca porque ella decide enterrar a su marido en Granada junto a Isabel la Católica e intenta trasladarlo a pie desde Burgos en procesión y con una gran comitiva real.
El cortejo fúnebre estuvo varios meses avanzando por las frías tierras de Castilla y este hecho, consumó la historia de Juana la loca. Pero Juana no estaba loca, sino que había urdido una estrategia contra su padre.
Juana no decide llevar a su marido a Granada y acompañar el féretro durante todo el trayecto sin apenas separarse de él porque estaba loca de amor.
Juana quería retrasar al máximo el entierro de su marido para no volver a contraer matrimonio.
Mientras el cuerpo de Felipe estuviera insepulto, Juana no podía volver a casarse.
Mejor dicho, evitaba que su padre la pudiera casar con quien considerase, porque esa decisión, al igual que cuando la casaron con Felipe, no dependía de ella.
Este hecho al igual que la historia de Juana I, se olvida y borra de la historia hasta que se recupera en el siglo XIX por el Romanticismo, una corriente artística y cultural en la que se exaltan notablemente los sentimientos y la subjetividad.
Esta corriente convirtió el supuesto amor que Juana sentía por Felipe y sus supuestos enormes celos en algo mítico. Pero esta no es la verdadera historia.
Juana no quería contraer matrimonio y Fernando quería que lo hiciera para librarse de ella, porque se había casado con Germana de Foix con el objetivo de tener un nuevo heredero que arrebatase el trono a Juana.
Él no estaba dispuesto a dejar que una mujer, aunque fuese su hija, gobernase.
En 1509 nació el príncipe Juan de Aragón, pero falleció a las 24 horas, por lo que Juana seguía siendo reina y Fernando seguía necesitando el argumentario de la locura de Juana.
De este modo, el rey Fernando, alegando nuevamente la locura de Juana decide encerrarla en Tordesillas en 1509 y ejercer él mismo el reinado hasta su muerte en 1516.
Cuando fallece Fernando Juana podría haber sido liberada por su hijo Carlos I, sin embargo, este fue proclamado rey sin tener en cuenta los derechos dinásticos de Juana.
Carlos tampoco ayudó a su madre, mantuvo cruelmente su encierro y se adjudicó los derechos que le pertenecían a ella hasta su muerte.
Durante los primeros años de su encierro Juana estuvo acompañada por su hija menor, la infanta Catalina, desde 1509 hasta 1525, cuando Carlos decidió organizar un matrimonio concertado entre Catalina y Juan III de Portugal.
Nuevamente, las mujeres no tienen decisión y forman parte de las estrategias políticas de los demás.
A partir de 1525 Juana es recluida en soledad hasta su muerte en 1555.
Durante todo su encierro, tanto Juana como su hija Catalina, sufrieron malos tratos, vejaciones y humillaciones de todas las personas que supuestamente estaban para atenderla.
Pero aun teniendo constancia de la situación de ambas, ni Fernando primero, ni Carlos después, hicieron nada por ayudarlas porque la locura de Juana era fundamental para mantener su “legitimidad” en el trono.
Una legitimidad que habían conseguido usurpándole los derechos a Juana.
Sin embargo, las Cortes de Castilla nunca declararon a Juana incapaz ni tampoco le retiraron el título de reina.
Así que, aunque Juana I nunca ejerció ningún poder efectivo, fue reina hasta su fallecimiento en 1555.
Juana fue una mujer maltratada en vida desde su adolescencia y utilizada para fines políticos y estratégicos y una vez muerta, siguió y sigue maltratada por la historia.
Fue una mujer que no encajaba en su tiempo ni en la posición que le había tocado vivir y por ello la tildaron de loca para despojarla de todos sus bienes y derechos.
Pero Juana no estaba loca y esa es la historia que debemos contar a partir de ahora, porque la locura sigue siendo la principal arma del patriarcado contras las mujeres.
A cualquier mujer nos pueden tachar de loca si no encajamos dentro de las expectativas patriarcales de sumisión, pero, las mujeres, al igual que Juana, tampoco estamos locas.
Podéis ampliar información:
Etxebarría, L. (2019), Mujeres extraordinarias. Una historia de mentiras, España, autoeditado.
Fallarás, C. (2021), La loca, España, Penguin Random House
Qué maravilla de Post,Juana no estaba loca,eso es lo que debemos contar
Muchas gracias.
Exacto, es hora de cambiar la historia.