La histeria como herramienta de control patriarcal

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La histeria como herramienta de control patriarcal

La palabra histeria ha llegado hasta el siglo XXI definida por la RAE como “Enfermedad nerviosa, crónica, más frecuente en la mujer que en el hombre, caracterizada por gran variedad de síntomas, principalmente funcionales, y a veces por ataques convulsivos”.

Pero su historia se remonta siglos atrás. El término proviene del francés hystérie que a su vez deriva del griego hystéra, cuyo significado es útero.

Esta etimología ya nos permite entender que el concepto nació para atribuirlo específicamente al sexo femenino, con una clara base ideológica patriarcal.

Las mujeres somos las que tenemos útero y por tanto somos las que padecemos la histeria.

Este término ha servido desde que apareció, como método de catalogar y diagnosticar a las mujeres con una enfermedad, ya sea real o inventada, ante cualquier problemática, disidencia, diferencia o desobediencia por su parte.

Sin embargo, esta “enfermedad” nada tiene que ver con el útero ni con las mujeres.

Respecto a su evolución histórica, el origen de la “patología” puede situarse en el Antiguo Egipto, donde se creía que esta se debía al desplazamiento del útero por el interior del cuerpo de las mujeres.

Médicos como Hipócrates y Galeno mencionan este concepto en sus escritos, resolviendo con él cualquier patología femenina independientemente de cual fuese. También Platón habla de esta y la describe como “un animal dentro de un animal”.

Durante la Edad Media cambia el paradigma y pasa a predominar el pensamiento religioso frente al científico y médico (aunque ambos fueron patriarcales y misóginos). Por tanto, la histeria dejará de ser entendida como enfermedad y pasará a ser considerada como una posesión demoníaca en las mujeres.

Aquellas que no entraban dentro de los constreñidos moldes patriarcales eran tildadas de brujas, a quienes había que perseguir y castigar incluso con la hoguera.

En el Renacimiento se vuelve nuevamente a una concepción más científica, aunque androcéntrica y patriarcal, que seguirá atribuyendo la histeria a las mujeres.

Es en el siglo XIX cuando la histeria adquiere su mayor relevancia en la historia. La medicina diagnosticaba histeria a una cantidad ingente de mujeres con múltiples y diferentes síntomas.

Estos síntomas iban desde desfallecimientos, dolores de cabeza, espasmos musculares, enfados, irritabilidad, insomnio o problemas sexuales.

Síntomas muy inespecíficos que podían atribuirse a un amplísimo espectro de situaciones y circunstancias, ya fuesen patológicas o no.

A partir de este siglo se deja de buscar la causa de la patología en el útero y se empieza a buscar en los nervios y el cerebro, eso sí, de las mujeres.

Es decir, la causa ya no se busca en un órgano que solo tenemos las mujeres, pero se sigue atribuyendo solo a nuestro sexo.

Uno de los médicos más importantes al respecto fue Jean-Martin Charcot, quien trabajó en el Hospital de la Salpêtrière de París.

En este hospital se encerraba a las mujeres que no encajaban en el ideal de la época, a las que se enfrentaban a su papel sumiso, a las que tenían una opinión o a las que simplemente molestaban a su familia o marido.

Allí eran sometidas a brutales tratamientos, vejaciones, violaciones y experimentos “en nombre de la ciencia y la medicina”.

Se utilizaba la histeria como herramienta de control patriarcal hacia las mujeres disidentes, para oprimirlas, someterlas y silenciarlas.

Respecto a los tratamientos de esta supuesta patología han sido múltiples, pero todos denigrantes y violentos para las mujeres.

Un tratamiento que se recomendaba en los textos hipocráticos, pero también siglos más tarde, era que la mujer contrajera matrimonio.

Una mujer que no estaba casada tenía que estar necesariamente enferma, por lo que la solución era casarse.

Otro de los tratamientos que se idearon, este ya en el siglo XIX, fue la llamada “cura de reposo”, por el doctor Mitchell. Esta consistía en aislar a la mujer de todo su entorno, recluyéndola en la cama y prohibiéndole cualquier trabajo intelectual, especialmente leer y escribir.

Autoras como Charlotte Perkins fueron sometidas a estas curas de reposo y narra en tercera persona su experiencia propia en The Yellow Wallpaper.

Otra autora, Virgina Woolf, también fue sometida a este deshumanizador “tratamiento”.

Sin embargo, ninguno de estos tratamientos funcionaba, porque el origen de estos males no provenía del cuerpo ni de la mente de las mujeres, si no de la sociedad en la que vivían que les impedía desarrollarse y ser libres.

Cualquier comportamiento que se desmarcase del rol impuesto por la sociedad patriarcal, como querer estudiar o no desear casarse, suponían un diagnóstico de histeria.

Es decir, se utilizaba la histeria como herramienta de control patriarcal.

Después de estos métodos y ya a mediados del siglo XX, se dio un cambio radical al tratamiento de esta “problemática”.

Surgieron los tratamientos psicofarmacológicos, como antidepresivos y ansiolíticos y se trató de “curar” a las mujeres sobre medicándolas sin buscar la raíz de sus quejas.

Actualmente, las principales consumidoras de estos fármacos somos las mujeres porque la medicina nunca se ha preocupado por entender qué nos pasa.

Esta “enfermedad”, entre otras muchas, ha sido diagnosticada a las mujeres por médicos, todos del sexo masculino, quienes la utilizaron para ejercer un control clínico y político sobre cualquier desviación por parte de las mujeres, ya fuese social, individual o doméstica.

También los tratamientos para esta han sido diseñados por hombres, sin preocuparse siquiera si estos eran eficaces o no, basándose en ellos mismos como medida de todo.

Han tratado y nos tratan a las mujeres como a menores de edad, no sabemos qué nos pasa, nos quejamos sin motivo y nuestras dolencias son mentales.

La medicina no se ha interesado por entender que vivimos en una sociedad en la que se nos ha impedido el derecho a la educación, al voto, al aborto, al trabajo, al espacio público y en la que se siguen mantenido múltiples violencias que se ejercen sobre nosotras, y que eso, influye en nuestra salud.

En el año 1952 se desacredita la histeria como enfermedad por la Asociación Americana de Psiquiatría (APA).

Se consideró que los síntomas que se describían en las mujeres para diagnosticarles esta “enfermedad”, eran en su gran mayoría producto del funcionamiento de las mujeres en una sociedad patriarcal que las oprimía social, sexual e individualmente.

Pero, aunque la histeria dejó de considerarse y diagnosticarse como una enfermedad en el 1952, este término sigue estando muy presente en nuestros días.

La palabra “histérica” sigue utilizándose como insulto para desprestigiar a cualquier mujer que sale de los marcos delimitados para ella, especialmente a las feministas.

Nos consideran débiles, desequilibradas y neuróticas por no querer someternos al patriarcado.

Por tanto, aun a día de hoy, puede decirse que se sigue utilizando la histeria como herramienta de control patriarcal, pero por suerte, cada día somos más las mujeres que luchamos por salir este.

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