¿Las mujeres somos iguales o idénticas?
¿Las mujeres somos iguales o idénticas?
¿Es lo mismo ser igual que ser idéntico?
Podemos pensar que cuando hablamos de dos cosas que no se pueden distinguir unas de otras, se pueden utilizar indistintamente los términos igual e idéntico. Es decir, que son dos palabras sinónimas la una de la otra.
Sin embargo, estos conceptos tienen diferentes connotaciones según el ámbito en el que se utilizan.
Tal y como afirma Celia Amorós, se utiliza la palabra idéntica/o para referirse a aquello que no se puede diferenciar, que es indiscernible.
En cambio, el término igual, es utilizado para hacer referencia a una característica de los individuos que les pone al mismo nivel en una serie de aspectos o en las condiciones para optar a ese nivel, manteniendo la individualización de cada sujeto.
Atendiendo a estas definiciones, la filósofa Celia Amorós asocia cada término (igual e idéntico) a un ámbito de la vida y a un sexo.
Es decir, existe una diferenciación en base al sexo también en este aspecto.
Pero, ¿Qué término se nos atribuye a las mujeres, a qué definición pertenecemos?, ¿las mujeres somos iguales o idénticas?
Por un lado, los hombres se desenvuelven en el ámbito público, donde se considera a los hombres como pares o iguales; en igualdad de condiciones o con las características para lograrla.
En este ámbito, el público, a los hombres se les permite la individualización como sujeto a través de la valoración de sus acciones y capacidades.
Por tanto, cada hombre en el espacio público es único, tiene unas características propias y en definitiva es un individuo.
Por el contrario, las mujeres somos relegadas al ámbito privado. A aquel en que no es posible discernir entre las mujeres por no haber posibilidad de reconocimiento ni valoración.
Nada de lo que ocurre en el espacio privado requiere de valoración, no es importante.
No ocupamos la esfera pública con poder, por tanto no se nos puede identificar como personas individuales, como sujetos de derecho, al igual que se hace con los hombres.
Los hombres tienen nombre y apellidos, las mujeres formamos parte de una masa indiferenciada.
Pues bien, partiendo de la dicotomía entre el espacio público y el espacio privado, y para responder a la pregunta de si las mujeres somos iguales o idénticas, las mujeres pertenecemos al “espacio de las idénticas”, como dice Celia Amorós, mientras que los hombres pertenecen al espacio de los iguales.
Es muy importante hacer esta diferenciación, por un lado de términos, porque el lenguaje y los conceptos son fundamentales para politizar y reivindicar bien, a la vez que es fundamental aplicar los conceptos a la realidad.
Los hombres, todos y cada uno de ellos independientemente de su condición y estatus, desde la Revolución Francesa y desde la Ilustración, adquieren el reconocimiento de individuos.
Es decir, adquieren todos los derechos inherentes a la condición humana que no existía previamente.
Para ellos, cobra sentido el concepto de igualdad, entendido como el principio que reconoce a todos los ciudadanos capacidad para los mismos derechos.
Sin embargo, las mujeres no accedemos a esa condición de individuos. Seguimos relegadas al espacio privado y a la sumisión.
Esto es lo que reclaman tanto Mary Wollstonecraft como Olympe de Gouges.
En este espacio, el privado, no existe la igualdad, nos mantenemos en el ámbito de las idénticas. Somos una masa indiferenciada de seres de sexo femenino.
Se nos sigue valorando por nuestra capacidad de reproducción y por nuestro sexo, algo inherente al ser mujer.
No se tienen en cuenta otras cualidades, capacidades, deseos o características.
Somos seres intercambiables para los hombres, les da igual que nos llamemos Claudia que Sofía, solo importa que seamos mujeres.
Y este hecho no se ha modificado en casi trescientos años a pesar del acceso a cierta igualdad formal y legislativa.
Las mujeres seguimos sin ser individuos de pleno derecho.
No somos iguales, solo somos mujeres y eso nos convierte en idénticas para la sociedad patriarcal.
Esto se puede ver en un ejemplo muy claro y que pasa a día de hoy y cada vez con más frecuencia.
En una violación, cuando un hombre viola a una mujer, no le importa quien sea. Le da igual que pase por allí Andrea de 25 años, que María de 54. La violará igual porque es una mujer.
Somos intercambiables y solo importa que pertenezcamos al sexo femenino.
Ocurre igual con la explotación sexual, reproductiva y pornografía. No importa quién seas, tu identidad y tu historia de vida, solo que seas una mujer.
Esto a los hombres no les ocurre. Lo que a ellos les pasa, no les pasa al conjunto de hombres ni por ser pertenecientes al “colectivo” de hombres, le pasa a Manolo, Antonio o José Luis con nombres y apellidos.
En definitiva, para responder a la pregunta inicial de si las mujeres somos iguales o idénticas, las mujeres seguimos luchando por acceder al espacio de las iguales, pero la sociedad nos sigue colocando en el espacio de las idénticas.