Mujeres, niñas y adolescentes en el sistema de protección. Vol. I

 In Psicología Feminista, Teoría Feminista

Las mujeres, por el simple hecho de haber nacido con sexo femenino, hemos sido oprimidas, relegadas, apartadas, silenciadas y violentadas en todos los ámbitos.

Sufrimos violencias específicas por nuestro sexo, además de situaciones de vulnerabilidad agravadas por el hecho de ser mujeres.

Las niñas y adolescentes que se encuentran en el sistema de protección a la infancia y adolescencia y sus madres, no son una excepción.

Para poder entender esta afirmación, en primer lugar es fundamental entender qué es el sistema de protección a la infancia y la adolescencia y cómo se llega a este.

El sistema de protección a la infancia y la adolescencia lo componen todas aquellas medidas que se llevan a cabo por la entidad pública competente en esta materia dirigidas a prevenir, detectar y corregir las situaciones de riesgo y desamparo en las que se encuentra un niño, niña o adolescente.

Como su nombre indica, este sistema pretende proteger a todas las personas menores de edad.

Para llegar a este sistema, principalmente nos encontramos con situaciones de riesgo y de desamparo.

Una situación de riesgo se da cuando un niño, niña o adolescente se ve perjudicado en su desarrollo, bienestar o derechos debido a diferentes situaciones y/o circunstancias familiares.

A pesar de este perjuicio, las circunstancias no se consideran lo suficientemente graves como para separar al niño, niña o adolescente de su entorno familiar.

La situación de desamparo es aquella que se produce cuando el niño, niña o adolescente queda privado de la necesaria asistencia moral o material.

Esta implica la separación de la persona menor de edad de su núcleo familiar.

La prioridad será mantener al niño, niña o adolescente en su entorno familiar siempre que sea posible y solamente en aquellas situaciones más graves se producirá dicha separación.

Esto es debido a que el hecho de separar a ese niño, niña o adolescente de su familia de origen ya implica generarles un daño muy significativo a edades muy vulnerables.

Pueden ser motivos de separación situaciones que supongan un riesgo para su vida, salud e integridad, riesgo para su salud mental y absentismo escolar grave, entre otras.

En general, estos niños, niñas y adolescentes provienen de familias multiproblemáticas y disfuncionales en varios niveles.

A grandes rasgos, algunas de las características comunes son que estos padres y madres provienen a su vez de familias multiproblemáticas y disfuncionales, han vivido institucionalización en la infancia, apenas tienen apoyos o estos son disfuncionales, presentan adicciones a tóxicos y problemas de salud mental sin tratamiento y bajo nivel educativo.

Pero, que a nivel general se pueda hablar de “familias multiproblemáticas” no significa que la situación de estos padres y madres se pueda equiparar en todos sus aspectos, aunque existan muchos factores comunes.

Existen importantes diferencias basadas en el sexo.

Las madres cuyos hijos e hijas se encuentran en el sistema de protección presentan una serie de características, situaciones y problemáticas diferenciales a las de los padres por el hecho de ser mujeres.

Características, situaciones y problemáticas que deben tenerse en cuenta y ser abordadas específicamente para poder comprender adecuadamente el problema, abordarlo y como prioridad, prevenirlo.

En primer lugar, partimos de que son las madres las que se quedan embarazadas.

Es decir, el embarazo en sí ya supone un riesgo para la salud de las mujeres.

Más aún si, como ocurre con estas madres, se trata de embarazos sin control obstétrico alguno o muy escaso.

Esta falta de seguimiento puede ocasionar problemas tanto en la o el bebé como en la madre, poniendo en riesgo incluso su vida.

Además de los embarazos sin control, un gran número de estas madres dan a luz a muchos hijos e hijas, pasando por múltiples y sucesivos embarazos con las consecuencias físicas y psicológicas que estos tienen sobre las mujeres.

En segundo lugar y relacionado con esto, destaca también la filiación, es decir la procedencia de hijas e hijos respecto a la madre y al padre.

La filiación materna se determina, principalmente, a través del parto.

En el momento que da a luz ya se establece esa filiación materna y todas las obligaciones que se atribuyen con respecto a su hijo o hija.

Sin embargo, la filiación paterna es mucho más complicada de determinar, especialmente si el padre y la madre no están casados.

La filiación paterna no matrimonial se determina principalmente mediante la inscripción en el registro civil, a través de otro documento público o testamento o mediante sentencia judicial.

Por tanto, la filiación paterna no es automática. Debe contarse con la voluntad del progenitor de reconocer a esa hija o hijo y esta voluntad a menudo no existe.

Muchos padres desisten de sus responsabilidades para con sus hijas e hijos no reconociendo dicha filiación, en cambio las madres asumen la filiación a través de un hecho biológico como es el parto.

Muchos niños, niñas y adolescentes en el sistema de protección tienen solamente filiación materna, por lo que, la responsabilidad de sus cuidados y crianza también recaen exclusivamente en la madre, con lo que implica ser monoparental en estas circunstancias siendo mujer.

Otro aspecto fundamental de vulnerabilidad de estas madres que debemos tener en cuenta es el sistema de apego que han establecido desde su infancia.

Probablemente hayan vivido situaciones de desprotección, negligencia, abuso, abandono y maltrato desde edades tempranas y esto habrá influido en su estilo de vinculación a lo largo de su vida y también en la edad adulta.

Aunque es cierto que los problemas vinculares y de apego se dan tanto en madres como padres cuyos hijos e hijas se encuentran en el sistema de protección por sus circunstancias de crianza, existen factores específicos por el hecho de ser mujer.

Su forma de establecer relaciones en la edad adulta va a estar mediada por su historia personal, pero también por la violencia de género y por los mitos del amor romántico.

La violencia de género no se da únicamente en familias multiproblemáticas, sino que puede ocurrir en todos los tipos de familias y clases sociales.

Su característica distintiva es que la ejercen los hombres sobre las mujeres y por tanto, solamente la podemos sufrir nosotras.

Este tipo de violencia la sufren de forma habitual las madres de niños, niñas y adolescentes en el sistema de protección.

Estas situaciones les impiden o dificultan en gran medida el poder atender a sus hijos e hijas adecuadamente.

Además, probablemente tengan una situación especialmente precaria a nivel laboral y económico, sin apoyos sociales y/o familiares e incluso hayan sido víctimas de esta violencia en sus propias familias de origen, factores que les dificultan abandonar esas relaciones violentas.

Todo esto complicaría mucho su situación familiar y personal.

Igualmente, el mito del amor romántico se encuentra unido tanto a la violencia de género como a las dificultades de establecer vínculos.

Este mito, presente de manera constante en nuestra sociedad, inculca a las mujeres que el amor y la relación de pareja es lo primordial de nuestra vida, llegando a tolerar incluso situaciones de malos tratos.

Nuevamente, este mito va dirigido especialmente a las mujeres y no a los hombres, para que hagamos del amor el centro de nuestra vida.

Por tanto, probablemente estas mujeres hayan crecido y se hayan desarrollado viviendo situaciones de abandono y negligencia tempranas, produciendo carencias afectivas y problemas emocionales significativos.

Esto, unido al mito del amor romántico, hace que busquen el afecto de forma casi desesperada tolerando hasta situaciones de violencia machista, priorizando sus necesidades afectivas sobre el resto, incluso sobre sus hijos e hijas.

Estas madres son producto de su crianza y de la sociedad en la que se han desarrollado.

No son capaces de dar lo que no recibieron y no les enseñaron.

Otra cuestión importante a considerar, son los problemas de salud mental.

Las mujeres estamos sobrediagnosticadas con trastornos mentales, especialmente ansiedad y depresión y muchos de nuestros problemas físicos se consideran psicosomáticos sin plantear otra causa posible.

Uno de los diagnósticos habituales en estas madres es el trastorno límite de la personalidad (en adelante TLP).

Este trastorno se define como “patrón dominante de inestabilidad de las relaciones interpersonales, de la autoimagen y de los afectos, e impulsividad intensa, que comienza en las primeras etapas de la edad adulta y está presente en diversos contextos”.

Es decir, categorizado como disfuncional por no encajar dentro de lo esperable y/o deseable en una cultura, una sociedad y un tiempo concretos.

Estas mujeres presentan comportamientos y conductas disfuncionales y de riesgo, como consumo de tóxicos, agresividad, conductas sexuales de riesgo…

Pero estos no tienen por qué equivaler directamente en un diagnóstico de trastorno mental.

Los hombres con comportamientos similares no se diagnostican mayoritariamente como TLP, sino con otros trastornos como la depresión, el trastorno de estrés postraumático o de conducta.

Trastornos que no afectan a la configuración de su personalidad y que son reversibles.

La consideración de “conducta problemática” también difiere en función del sexo de la persona que la emite (https://hablemosdefeminismo.com/trastorno-limite-de-la-personalidad-nueva-histeria/)

Por tanto, existiría un claro sesgo sexista a la hora de diagnosticar este trastorno, lo que implicaría también sesgos a la hora de tratarlo y ayudar a estas mujeres en su recuperación.

Por último, cabe tener en cuenta que muchas de estas madres son víctimas de explotación sexual.

Estas mujeres han llegado a esta situación en contra de su voluntad, engañadas y/o a consecuencia de su historia de vida y de la precariedad que viven y han vivido.

Además, la explotación sexual tiene numerosas consecuencias para la salud, tanto física como mental, que va a dificultar la salida de estas mujeres y su recuperación integral.

Consecuencias como la depresión, el estrés postraumático, la ansiedad y el abuso de sustancias como el alcohol y las drogas para poder aguantar las violaciones sistemáticas (https://hablemosdefeminismo.com/consecuencias-psicologicas-de-la-prostitucion/).

Como se ha desarrollado, estas madres por el hecho de ser mujeres unido a su situación social, familiar y personal, presentan unas problemáticas, vulnerabilidades y circunstancias específicas y que no sufren los hombres en la misma situación.

Problemáticas como los embarazos no controlados y los embarazos sucesivos, la filiación materna única, los problemas de apego unidos a los mitos del amor romántico y a la violencia de género, diagnósticos de salud mental como el trastorno límite de la personalidad y la explotación sexual.

Todo esto se da específicamente en las madres y no en los padres.

Sin embargo, por la falta de recursos materiales y personales y por los sesgos sexistas que aun imperan en nuestra sociedad, estas problemáticas demasiadas veces no se abordan de forma específica e integral.

El sistema de protección frecuentemente asume la misma problemática en padres y madres, por lo que aquellas diferenciales y específicas para las mujeres se diluyen y no se abordan.

Y si estas problemáticas no se trabajan profundamente, estas madres nunca alcanzarán su recuperación integral ni volverán a asumir el cuidado de sus hijos, hijas y adolescentes para que dejen de estar en el sistema de protección.

Bibliografía:

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