¿Neurosexismo o desigualdad?
Las feministas durante siglos han luchado para erradicar la falsa idea de que existen diferencias en los cerebros de hombres y de mujeres, es decir, lo que conocemos en la actualidad como neurosexismo.
Esta lucha ha ido dirigida a conseguir la eliminación de la opresión sufrida por las mujeres y justificada en la naturaleza, la religión, la biología y la ciencia.
A pesar de la falta de pruebas, la mayoría de las desigualdades existentes entre mujeres y hombres han sido erigidas y justificadas por el patriarcado en base a la biología, especialmente a la capacidad reproductiva de las mujeres.
En un primer momento, estas supuestas diferencias se explicaban en base a la religión.
Así habían sido creados los hombres y las mujeres por Dios, diferentes y desiguales.
La mujer sometida al varón, sin discusión.
Con la llegada del Renacimiento seguido de la revolución científica, no se eliminó esta desigualdad sin fundamento.
La justificación de la opresión de las mujeres pasó de ser religiosa a ser “científica”.
Ya no valían los dogmas religiosos. Estos se consideraban supersticiones y había que desprenderse de ellas y acercarse al racionalismo y al empirismo.
Sin embargo, a pesar de que no había ninguna prueba de las diferencias cognitivas e intelectuales entre hombres y mujeres, se mantuvieron sin poner siquiera en duda dichas diferencias.
La corriente científica estaba claramente imbuida por la sociedad patriarcal y sirvió como método para seguir sometiendo a las mujeres en nombre de la ciencia.
Y de este modo, la sociedad patriarcal se seguía beneficiando de la sumisión de las mujeres.
Los hombres se han considerado a sí mismos más inteligentes simplemente por serlo y han denostado a las mujeres por esta misma razón, impidiéndoles acceder a estudios y profesiones.
Se ha considerado que el único destino de las mujeres era el ser esposa y madre, destino “acreditado” primero por la religión y después por la biología y la ciencia.
Además, cualquier desviación era considerada una enfermedad, especialmente histeria o locura.
También con una base “científica” los hombres han justificado todas sus atrocidades hacia las mujeres.
El sometimiento, la violencia, el abuso y las infidelidades estaban amparados bajo la supuesta biología masculina.
Es decir, tanto la religión como la ciencia han estado al servicio del patriarcado para someter a las mujeres y justificar dicha opresión.
Sin embargo, las feministas siempre han luchado por eliminar esta idea falsa del imaginario colectivo, aunque sigue presente en algunos ámbitos como el del transactivismo.
El argumento utilizado originalmente era la diferencia de tamaño y peso del cerebro masculino y femenino, siendo este último más pequeño.
Pero en los años 90 se produce el auge de la neurociencia y a través de ella se buscan explicaciones a múltiples cuestiones sobre el funcionamiento cerebral, entre ellas a las diferencias entre los sexos.
Se pretende ir más allá de esta diferencia de peso y tamaño.
Este auge de la neurociencia ha tenido una parte positiva, pero también una negativa.
La negativa es que ha propiciado la aparición de “estudios científicos” que han intentado justificar supuestas diferencias cerebrales entre mujeres y hombres.
Esto no ha hecho más que alimentar el sexismo y el reduccionismo biológico.
A raíz de estos casos se acuña el término neurosexismo, aunque toda la historia de la humanidad ha estado plagada del mismo.
El término neurosexismo hace referencia a la interpretación y utilización de los hallazgos científicos y de la neurociencia para justificar diferencias cerebrales entre mujeres y hombres.
Sobre todo para justificar estereotipos de género.
Es decir, justificar la falsa afirmación de que existe un cerebro masculino y uno femenino y que se diferencian con claridad.
Sin embargo, no existen pruebas científicas que avalen realmente estas aserciones y los estudios que lo han asegurado carecen de rigor y de una metodología fiable y válida.
Esto no significa que los cerebros no puedan llegar a ser diferentes en base a las experiencias asociadas a ser hombre y a ser mujer sin caer en el neurosexismo.
Todos los cerebros poseen neuroplasticidad. Esta es entendida como la capacidad de todos los cerebros para adaptarse a las experiencias vividas y al entorno y desarrollarse en función de los estímulos que recibe y de las situaciones que vive.
Es decir, podría ser probable que los cerebros de dos personas que viven en dos ambientes opuestos en base a su nivel educativo, social y económico se hayan desarrollado de forma diferente pero por factores ambientales y no biológicos.
De este modo, cada cerebro es único.
Por tanto, aquellos estudios que pretendan dilucidar si existen o no diferencias entre el cerebro masculino y el femenino deberían incluir como factor fundamental las desigualdades sexistas.
Estas desigualdades moldean el desarrollo cerebral de forma diferenciada entre mujeres y hombres.
Esto es lo que hace Gina Rippon en su libro “The Gendered Brian”.
Sus argumentos van enfocados a desestimar el neurosexismo y a argumentar que el cerebro humano no está sexuado sino que el mundo y el entorno en el que crecemos sí lo están.
Desde que nacemos estamos expuestas a un contexto y entorno llenos de estereotipos sexistas.
Películas, series, juguetes, educación, formas de relación… todo ello nos moldea. Moldea nuestra personalidad y nuestro cerebro.
Las mujeres no tenemos una predisposición biológica a los cuidados, a las tareas domésticas y a la sumisión.
Se nos educa y se nos socializa en ello y por tanto nuestro cerebro reproduce lo que se le ha enseñado.
Sin embargo, esto está lejos del determinismo biológico o cerebral que afirma el neurosexismo.
No es innato, es aprendido.
En palabras de Gina Rippon, «Un mundo de género produce un cerebro de género».
El cerebro no es un órgano sexuado, más bien es como otros órganos como el corazón, los pulmones o los riñones.
Estos son suficientemente similares entre mujeres y hombres como para que se puedan trasplantar de un ser humano a otro independientemente del sexo de la persona donante y de la persona receptora.
Por tanto, hay que desechar las ideas que trata de introducir sin descanso el neurosexismo, sin olvidar la influencia del entorno sexista en el desarrollo cerebral.
Esto es lo que ha hecho el estudio titulado “Country-level gender inequality is associated with structural differences in the brains of women and men” (podéis encontrarlo en este enlace: https://www.pnas.org/doi/full/10.1073/pnas.2218782120 )
Este estudio viene a concluir que cuánto más sexista y misógina sea una sociedad, peores niveles de salud mental habrá entre las mujeres y estas obtendrán peores logros académicos en comparación con los hombres.
El cerebro se forma a través de las experiencias por lo que las experiencias adversas que vivimos las mujeres en una sociedad sexista tienen un impacto en el desarrollo de nuestro cerebro.
Las diferencias encontradas en el citado estudio han sido significativamente mayores en aquellos países en los que el índice de desigualdad entre mujeres y hombres es más elevado.
Es decir, como afirma el estudio “la estructura cerebral es vulnerable a la desigualdad de género”.
En definitiva, debemos desechar de una vez por todas el neurosexismo y entender que los cerebros de mujeres y hombres no se diferencian significativamente.
En caso de existir diferencias, estas se deben al entorno sexista y misógino que somete a las mujeres e influye negativamente en su neurodesarrollo.
Porque aunque la ciencia implique objetividad, no quiere decir que aquellas personas que la llevan a cabo lo sean.
Vivimos en una sociedad sexista y estereotipada, por lo que la ciencia también está plagada de prejuicios, como el neurosexismo y por eso debemos dudar de todo aquello que implique esencialismo y determinismo biológico respecto a las mujeres.